martes, 26 de mayo de 2009

METATRON





Desperté y habían pasado ya diecisiete noches y dieciseis días. Alguien había desvalijado mi casa completamente. Las paredes estaban rayadas con siglas incoherentes y dibujos obscenos, bajé la escalera y me encontré con que el primer piso había sido incendiado. Entre las cenizas, mi madre, mi abuela y mi bisabuela tomaban té entre los escombros, en completa paz. Sólo mi abuela me miró, sonriente. Salí de la casa y decidí ir a la playa. En vez de eso, en el camino entré a la iglesia que también estaba quemada. Aunque me pareció ver al cristo sonriendo en la cruz, preferiría no asegurarlo. En el altar, un mendigo hacía fumar marihuana a un quiltro. Me senté junto a ellos y conversamos largamente sobre su madre, su abuela y su bisabuela. Me aseguró ser bisnieto de Gabriela Mistral. Se parecían bastante, y tambien el perro; quizás en la forma, quizás en el temor por el prodigio.
A menudo me sucede pensar que el parietal izquierdo de mi cerebro está pensando hacia adelante y el derecho hacia atrás, concentrados en distintas cosas. Siento que sólo logro prestarle atención al pensamiento progresivo y que estoy desatendiendo gran parte de la realidad regresiva. De esta forma, intento asir ambas dimensiones y al concentrarme completamente, sólo logro doblarle la mano a mi parietal derecho y hacer que funcione de manera progresiva. Esta vez, sin embargo, sucedió todo lo contrario. Mi parietal izquierdo empezó a retroceder. Al comienzo no veía nada y sentí un fortísimo dolor de cabeza. Es lo que he oído nombrar como interlimbo. Entonces, súbitamente, me encontré tirado en un túnel que luego reconocí como la autopista que va por abajo del río. No había rastros de vehículos. Sólo una pronunciadísima curva que no podía desembocar sino en sí misma, como un río, como el tiempo. Hacia ambos lados la autopista se curvaba de igual forma. Caminé hacia uno de los lados sin ninguna razón en particular. De un momento a otro me di cuenta que me estaba siguiendo la oveja Dolly. Cuando me di vuelta, me miró fijamente a los ojos, mascando hojas de coca, y me dijo ¡beeeeehhhhh! Desde entonces ya temía que mis nietos olvidaron mi futuro. Más adelante una escalera colgaba del techo y se sumergía en la oscuridad absoluta que emanaba desde un agujero en el piso, como el sol, que en su centro atesora su propia sombra. Aunque dicen que para ver este tipo de cosas primero se debe perder la vista y luego recuperarla, tengo la certeza de que mi descripción resultará inteligible para alguien. Para Dolly si lo fue. Decir que bajé y bajé y bajé se hace repetitivo y no resulta exponencial de mi descenso eterno entre una oscuridad tal que me hacía dudar de todos mis otros sentidos. Por un momento dejé de sentir la escalera y me figuré que simplemente estaba cayendo en la nada. No veía nada; intenté poner una mano sobre mi pecho y no palpé nada. No podría haber estado gritando porque el silencio todo lo abrasaba. Ni hablar del oler o degustar algo, facultades que aún no recupero y estoy dudando de haber poseído alguna vez. No hay nada que temer cuando la derrota es perfecta.















vvv


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